martes, 22 de febrero de 2011

Composición Primera


Una vez vi un relámpago caer. Una vez vi a un relámpago caer y, me pregunté si eran rosas aquella cosa blanca que había cegado a mis ojos.
No sé cómo evoqué la guía, el fuego, el calor de lámparas solares colocadas a lo largo de la orilla de la playa, apenas unos cuantos palmos antes de que el mar besara caprichosamente el vaso escarchado con espuma blanca subiendo obedientemente al compás del viento.
Tal vez, no sé, esa blancura no me ha dejado hasta ahora. Buscando al mundo en la arena, fingiendo demencia tras ella, que me protege de la locura y de la razón. Tal vez su silueta femenina nació en ese lugar, existe allí o se creó ahí, junto con la Tierra. Oscurece lentamente, incitada por los rayos de sol vespertino a la inmovilidad, provocado por la tenue luz del sol que empieza a bajar su manto y a llenar con gotas de sudor las paredes del mundo.
Caminan sus cabellos en la libertad del aire. Hay una pequeña naranja anunciando aun luz. Sobre el horizonte se nota el inmenso poder de la naturaleza expresada en ese ser que contempla sus propios ojos, su propia risa, su boca y las mejillas que la flanquean, no hay nada, solamente ella y el baile sobre su cabeza.
Baja la mal llamada oscuridad a alumbrar el brillo de su mirada perpetua que sigue enfocada en airear su nariz, en recibir en su boca la sal que vuela con las reminiscencias solares, a esta hora ya quemando otros paradigmas, coloreando mapas ajenos y calentando suaves brisas comprometidas a golpear más cabellos, más sonrisas, más ojos. Enfocada en saber que lo que ha sido no es y lo que es, es lo que fue. La atmósfera y el mar danzan juntos, sin darse cuenta de ello, fundiendo en un beso los bailes de otros, refrescando su torso desnudo.
Hubo un día en que un relámpago cayó y cegó mi mirada; como en una maldición maya, talló en piedra a ese ser que divisa a lo lejos la frescura de su sonrisa y lo húmedo de su cara. Que sabe tener atrás la luz rosa de la tarde llamando a las sirenas, sin saber que éstas no han de salir, que prefieren quedarse en sus guaridas subacuáticas, marinas, para no admirar la belleza que algún día pensaron y pretendieron tener.