El amor
Contraria a lo que el autor (Sentimiento trágico, Miguel Unamuno) de esta obra piensa del amor, es mi visión sobre éste.
El amor, todo desde mi óptica y percepción, que admito no deben ser totalitarias ni absolutas, tiene un significado diferente al que por definición nos han dicho ya sea cultural, social o religiosamente, entre otros aspectos colectivos.
Se entiende a éste como el modelo que siguen las personas para hacerse notar en sí y por sí mismas en terceros, cuya proyección otorgará al ser en cuestión, ser amado o no. Falso. Concibo a esto como una sensación de inferioridad, ya que al recurrir al amor para tener hasta cierto punto, influencia en otras personas, demostramos incapacidades en diversos sentidos.
El amor, como nos lo han enseñado, no lo percibo tal cual. Yo veo, en cambio, un sentimiento llamado “miedo” que se disfraza de otro llamado “amor”. Esto lo escuché de un uruguayo llamado Fernando, y posteriormente, analizándolo en la soledad de mi recámara, llegué a una conceptualización similar a la de él.
Comúnmente, se cree que amor es: sacrificarse, de determinada manera, por otra persona; que amor es tener control, si no completo, sobre otra persona; que amor, es pensar a la defensiva con respecto a terceros; que amor es, en pocas palabras, jugar un papel de opresor-oprimido o viceversa.
¿Por qué esto, que comúnmente se entiende como “amor”, no es amor? Porque pienso, que para amar a los demás, hay que amarse a uno mismo. No sé si primero a uno que a los demás, para el caso, este silogismo no tiene tanta importancia. El punto es que debo amarme a mí mismo para amar a terceros; porque si “amo” a terceros sin amarme2 en lo individual, no es amor real. Mírese:
“Sacrificarse por amor”, nada tan absurdo como eso. Nadie se sacrifica por amor. O bien se sacrifica por miedo o por sumisión o por otra cosa, pero no por amor. Porque sacrificarse implica dejar de darse a uno mismo la preponderancia que merece y posee; es decir, uno se deja de amar.
Control sobre otra persona. Ejemplifico: en una pareja de novios, alguien se enferma, y el otro, disfraza su miedo con “preocupación”, y esto le lleva a pensar “tal vez, si no estoy tanto tiempo con ella, pueda comunicarse con sus pretendientes”; y por esa razón, está todo el día pegado a la pareja, no importándole si se contagia o no. El chiste es tenerla “bien agarradita” para que no “vaya a hacer sus desmanes”, aprovechando la situación.
En mi concepción, amor es un verbo que expresa líricamente acciones pacíficas y ejemplares; es un componente esencial en cada persona. Y lo entiendo de la siguiente manera, resumida, por cierto:
Amar es aceptar a las otras personas, a las situaciones y el contexto en el que vivimos, sin pensar a manera de rechazo sobre éstas. Aceptar que otras personas son independientes y que uno no es titiritero de nadie, respetarlas y no tener delirios controladores sobre ningún ser humano, porque al final, cada quien es poseedor de su propia vida. Aceptar las situaciones que se me presentan, ayudará a entender el contexto y también a aceptarlo. Cuando en vez de quejarme porque algo no es lo que esperaba, algo que está fuera de mi alcance manejar, le encuentro un sentido de agradecimiento por mínimo que sea, eso podrá encaminar a mí ser a amar. Ese es otro punto también muy interesante, el agradecer. Ser agradecido con las demás personas y con uno mismo, por lo que tengo, por lo que hago, por cómo vivo.
Es, el amor, no tener miedo. Aunque con esa estampa me la vendan, no importa, será mejor si la quito. Porque no va a haber alguien juzgándome por lo que verdaderamente soy; habrá quien me juzgue por no ser lo que ese alguien quiere que yo sea. ¿Y? su visualización de mí no me va a mantener con vida, no me va a mantener con un ánimo determinado por sus palabras y por la influencia que ellas tengan en otras personas, salvo, si yo lo permito.
El amor, no es miedo. Hay costumbres e ideas colectivas provenientes de dogmas de diversas índoles que me dicen qué debo hacer y qué no debo hacer, pero eso a mí puede tenerme sin cuidado. Me tendrá sin cuidado, cuando sea libre, y cuando sea libre, con excepción de la esclavitud natural que me da mi cuerpo, cuando sea libre es porque me amo. Entonces, ¿qué más da que me digan pecador, que me digan blasfemo, que me digan anormal, si estoy bien, a gusto y satisfecho conmigo, y si para conseguir esto no hice daño a terceros? No me importará que me juzguen pecador o enfermo mental, porque tengo sexo un día sí, otro no, y repito sucesivamente la cadena. No me importará, y de hecho no me importa, que me digan maricón por defender la posición social, más que legal, de los homosexuales; porque los estoy aceptando, es decir, estoy poniendo una palomita a uno de los aspectos necesarios para amar, los estoy aceptando y eso a su vez hace que yo me ame y me acepte como un ser humano, como una persona sin facultades para juzgar o decidir sobre otros seres humanos; los estoy aceptando, cuando veo en ellos o en ellas (por cierto, la mayoría de las lesbianas, atractivas) antes que una tendencia homosexual, a un ser humano.
Estoy amando a mi novia o a mi pareja, cuando ella está enferma y le muestro mi preocupación por su estado, pero no uso a éste como pretexto para descargar en ella mi inseguridad. Al final, enferma o no, si quiere hablar con alguien más, besarse con alguien más, tener sexo con alguien más, lo va a hacer. Y no por eso dejo de amarla, como tampoco significa que al hacer eso, ella me deje de amar. Porque el amor no es ni particular, ni compartido, no; el amor es extenso, se puede amar a uno, a otro, a otro, quizá al mismo nivel, eso sí, es un amor personalizado. Esto no significa que por amar a otro y otros, además de a mí, mi novia sea una puta. Significa que es un ser humano con sentimientos, con impulsos. ¿Cómo? Tal vez haya un cómo metódico, al menos socialmente sería lo adecuado, pero me pongo como ejemplo: una ex novia es la mejor mujer, para mí, como pareja. Y aunque haya tenido otra novia, eso no significó que a la anterior la haya dejado de amar ni “tantito”, reconociendo también, y aceptando, la situación propia en la que me encontraba y aceptando que el tiempo, entonces me marcaba una relación con otra persona y punto.
Amar, es confiar, es aceptar, ser libre, no tener desvaríos de controlador, no temer, es conocer, eso, para mí, es amar.
Amar, amar no es sentir misericordia por alguien, sino ver a ese alguien como un ente capaz de afrontar y superar los retos propios de la vida. Amar no es tener ilusiones sobre alguien o sobre algo, es agradecer que tal persona está en tu vida o pasó por tu vida y agradecer (me) por las cosas que tengo.
Diferente mi postura a la del autor, creo.
Y, dice el uruguayo Fernando Mastroianni, que "Dios" es amor. El amor es dios, pues. Opnión que comparto con el proveniente del país sudamericano.