martes, 22 de marzo de 2011

Historia de un Por qué 1/5 Primera entrega


HISTORIA DE UN POR QUÉ 1/5
Mi historia comienza aquí, precisamente. Tendría siete años, cuando un día, tal vez, no recuerdo, de los primeros días del año 2000, llegué a la cochera de la casa de mis abuelos, no recuerdo si del interior de la casa o del jardín, y vi una camioneta verde, grande, estacionada. En ese entonces, ¿qué me preocupaba el modelo o la marca? Más tarde supe que era una Suburban. De ella se bajaban mi abuela, echando pestes como suele hacerlo, contra el primer desafortunado humano que le parezca grotesco o ligeramente desalineado a lo que ella considera una persona normal; arremetía contra el arzobispo de Puebla, en ese entonces todavía el mismo que me bautizó (sin consultármelo), Rosendo Huesca y Pacheco: “¿cómo ‘ese señor’ se había subido a su camioneta?, (esa camioneta es del Estado, del Gobierno, abuela) ¿Qué quién le había dado permiso a ‘ese señor’ de sentarse en su camioneta?” En fin, que al pobre arzobispo, ese día seguramente le llegó la hora de dormir y no lo consiguió por el dolor de oídos; bajó mi mamá, a quien vi con una cara de interrogación que hasta un jupiteriano la pudo haber observado; luego bajó Guillermo Varillas, chofer y cuidador oficial de mi abuela (que de elemento de seguridad tiene lo que yo de físico nuclear), con su actitud siempre de conformismo y comodidad, esa comodidad que brinda llegar a la casa del jefe, después de haber estado en la “cruel y brutal” calle; creo que bajó una cuarta persona, si es así no recuerdo de quién se trataba. Cabe hacer la aclaración, que mi abuelo, hasta el día anterior, era diputado local. A partir del día en que me hallé ante esa camioneta, dejó de serlo, y fue, hasta enero de 2005, Secretario de Comunicaciones y Transportes del Estado Libre y Soberano de Puebla. Ese cargo le encomendó el entonces Gobernador, Melquiades Morales Flores. Esa es la manera en cómo comienza esto. Total, esa camioneta en un principio se la habían dado a mi abuelo, es decir, al Secretario. Ya después, le dieron una Suburban del año (que tuvo hasta el fin del sexenio melquiadista), color arena, con asientos de piel, igual a la del Gobernador pero de un color diferente; por cierto, dicen las malas lenguas (quiero decir, la de Varillas, el chofer de mi abuela), que el entonces Secretario de Finanzas y Desarrollo Social, hoy Gobernador, Rafael Moreno Valle Rosas, en la facultad que dicho cargo le otorgaba, adquirió junto con el buen lote de camionetas para sus compañeros de gabinete, una Lincoln Navigator, misma que le ofreció al Secretario de Comunicaciones y Transportes, y que éste, rechazó, quedándose con la Suburban; pero cuando Varillas habla, hay que tener mucho cuidado, tanto como si yo dijera que soy astronauta (lo que tiene que ser creíble, es que hasta hoy, 21 de marzo de 2011, continúa laborando con mis abuelos).
Así supe que mi abuelo era alguien importante, pero qué, no entendía. Tenía un trabajo desde el cual se encargaba de muchas cosas en el Estado, como cuáles, no comprendía. Más tarde, con un proyecto, entendí y comprendí, la labor tan importante que desempeñaba mi abuelo y además, la pasión con que la hacía. Hoy, con la frente en el alto y con un orgullo imposible de imaginar, puedo decir, que el creador del Plan Puebla-Panamá o también conocido como Proyecto Regional de Gran Visión, de ese plan o proyecto tan ambicioso (tan ambicioso que se pretende con él, que la duración de traslado entre el Distrito Federal y Reynosa, Tamaulipas, en coche y por carretera, sea de tan sólo cuatro horas) que en su momento presumió el ex Presidente Vicente Fox, que alardeó el ex Gobernador Mario Marín y con el que hoy se pavonea el Presidente Felipe Calderón, fue obra, idea, fruto, hijo, del Licenciado Marco Antonio Rojas Flores.
Durante esos cinco años, me acuerdo que la época del año más ansiada y esperada por mí, era Navidad. ¿Por qué, por qué? Ah, pues por una razón sencilla: los arcones que llegaban a casa de mis abuelos llenos de frutas, embutidos, enlatados, lujosas bebidas alcohólicas, dulces navideños, discos de música, bonitos soportes y portabotellas, baúles de madera con interesantes y coloridos grabados, en fin, los lujosos presentes que solemos recibir en la oligarquía mexicana. Que eso de oligarquía es una etiqueta relativa, y me consta, si no, hoy con la mano en la cintura yo podría pasearme en un BMW o en un Mercedes Benz, y no en una Explorer del 2000 o en una Escape del 2005; podría ir y venir, cuando se me diera la gana (con el debido respeto a los tiempos escolares), de Cancún a Guanajuato, de Guanajuato a Jalisco y de Jalisco a Los Cabos; podría estirar la mano cada quince días para comprarme (admito que ellas son mi vicio) una corbata de Hermenegildo Zegna, y no tener que estar ahorrando durante tres meses, si bien me va, para comprarme un pinche trapo de esos que valen más de dos mil pesos. En fin, habemos todavía quienes esto lo hacemos por pasión al oficio (política y gobierno) y por amor a la camiseta (más que a la patria o a la entidad, a las y los connacionales y a las y los poblanos).
Más de tres años, mi abuela trató de explicarme que esos regalos “no le llegan a tu abuelo, le llegan al puesto de tu abuelo”. Podrán darse cuenta que desde la estructura está mal planteada la supuesta explicación. Yo pensaba que el puesto era alguien más, y sí. Pero eso de que mi abuelo tuviera doble personalidad me confundía.       
Escribo hasta aquí porque por se ha acabado mi inspiración, pero en cuanto regrese, continúo esta primera parte de HISTORIA DE UN POR QUÉ.

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